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Amelia Earhart: la piloto que conquistó los cielos

El 24 de julio de 1897 nació en Kansas, Estados Unidos, la primera mujer que atravesó sola el Atlántico en avión batiendo un récord de velocidad: Amelia Earhart. Valiente, curiosa y atrevida. Cualidades que, en ese entonces, eran mal vistas en una mujer. “Por desgracia crecí en una época en la que se esperaba que las niñas se comporten como niñas”, explica en su libro Por el placer de hacerlo.

Fabricar trampas para gallinas, trepar árboles y cazar ratas con escopetas de aire comprimido eran sus actividades favoritas de pequeña. Pero también tenía otro hobbie: buscar en los diarios historias de mujeres que se destacaban por hacer actividades “de hombres”, un concepto que nunca entendería.

La primera vez que vio un avión fue a los 10 años, pero no le pareció “nada interesante”, hasta que durante la Primera Guerra Mundial se anotó como voluntaria en Toronto, Canadá, y ayudó en una enfermería que atendía a los pilotos heridos en combate. Fue entonces que, poco a poco, su curiosidad por los cielos empezó a despertarse. 

Una vez que la guerra finalizó, Amelia visitó el Cuerpo Aéreo Real en Inglaterra y ahí ya no hubo vuelta atrás: desde el momento en que pisó la pista, sus ganas de volar vibraron en cada vértebra de su cuerpo. ¿Pero cómo iniciarse en una carrera tan masculina?

Para su suerte, existía Neta Snook, otra de las pioneras en explorar ese territorio exótico para las mujeres, y en 1921 comenzó a darle clases de aviación hasta que obtuvo la licencia de la Federación Aeronáutica Internacional. Aparte de ella y Snook, en el mundo sólo había otras 13 mujeres con ese título.

Earhart no entendía la diferencia de sexos en la profesión, ¿por qué un hombre sí y una mujer no? Un pensamiento que gran parte de su familia y amigos no comprendían (el “porque es así” parecía ser un fundamento válido para muchos) y que le costó varios distanciamientos. No obstante, más allá de lo que pensara la gente, su determinación estaba intacta.

Así que en 1927 comenzó a invertir dinero para construir una pista de aterrizaje y promover la aviación entre mujeres. Poco a poco su nombre comenzaba a hacerse eco en las cabinas y en el resto del mundo, a tal punto que el Boston Globe la catalogó como una de las mejores pilotos de Estados Unidos.

Pero la verdadera fama le llegó cuando el reconocido capitán H. H. Railey le propuso ser la primera mujer en cruzar el océano Atlántico, un hecho histórico que llamó la atención de todos los medios. Lejos de creerse una estrella, aprovechó toda esa atención para hacer más visible la desigualdad de género:  “La prensa presta más atención a una mujer que hace el mismo trabajo que un hombre, sobre todo cuando se estrella”, explicaba en las conferencias y hacía hincapié en la disparidad de salarios: “La mayoría de las mujeres ganan menos que los hombres aún ocupando el mismo puesto, especialmente en los aeropuertos”.

De hecho, en ese viaje los otros dos pilotos cobraron miles de dólares mientras que a Amelia no le dieron nada, ya que consideraban que para ella “la experiencia era suficiente”. Cansada de enfrentarse a este tipo de situaciones y con la convicción de que era necesario un cambio, en 1929 fundó una organización para debatir junto a otras mujeres formas para erradicar la desigualdad de género. Se reunían todas las semanas en la habitación de su hotel en Los Ángeles; el grupo terminó por llamarse Las noventa y nueve, ya que ese era el número de miembros con el que comenzaron.

Además, también fue vicepresidente en una aerolínea de Nueva York, donde se ocupaba de motivar a las mujeres para lanzarse como pilotas y tener independencia económica. En paralelo, batía récords de velocidad en su Lockheed Vega.

En 1930 Earhart quería superar sus límites y decidió hacer historia nuevamente: atravesar el Atlántico otra vez, pero sola. Así, con su termo de sopa y una lata de jugo de tomate (no tomaba ni té ni café), embarcó su viaje y logró hacer un 3x1: fue la primera mujer en recorrer el territorio sola, la primera persona en hacerlo dos veces y quien lo hizo en menos tiempo. 

Pero eso tampoco era suficiente, ella era capaz de mucho más. En 1934 recorrió el Pacífico, diez pilotos habían muerto en el intento antes de que Amelia lo lograra. Al llegar de su viaje, una multitud le aclamaba. Se había convertido en un ícono mundial, no sólo por su talento, sino también por su lucha feminista. "Nunca interrumpas a alguien haciendo algo que vos dijiste que no podía hacer", expresó en una de sus entrevistas con una voz firme, como la de quien va detrás de sus sueños.

Luego de ganar cientos de reconocimientos, ser la mujer destacada del año y recibir las felicitaciones de Roosevelt, sólo le quedaba una cosa por hacer: dar la vuelta al mundo.

Así es que el 21 de mayo de 1937, Earhart y su copiloto Fred Noonnan, salieron de Florida con el objetivo de cruzar el globo terráqueo por el Ecuador. No obstante, el 2 de julio, mientras se dirigían hacia Australia, enviaron un mensaje por radio desde Papúa Nueva Guinea: “KHAQQ llamando al Itasca. Debemos estar por encima de ustedes, pero no los vemos. El combustible se está agotando...".

Esa fue la última vez que escucharon a Amelia Earhart. Su avión desapareció en ese entonces y, pese a los esfuerzos del gobierno en su búsqueda, nunca más lo encontraron.

Hubo varias especulaciones con respecto a su desaparición, desde que fueron capturados en una isla hasta que volvieron a Estados Unidos con otras identidades, pero la más certera es que el avión se quedó sin combustible y cayó en el océano del Pacífico. 

Durante su travesía Amelia envió varias cartas a su marido George Putnam (quien también era su representante) y en una de ellas le explicó: “Por favor, debes saber que soy consciente de los peligros, quiero hacerlo porque lo deseo. Las mujeres deben intentar hacer cosas como lo han hecho los hombres. Ellos ya fallaron y sus intentos deben ser un reto para otros”.

Hoy, a 84 años de su desaparición, Earhart continúa siendo un ícono de la aviación y, sobre todo, del feminismo. Su lucha por la igualdad de derechos impulsó a muchas a ocupar lugares que antes no tenían permitidos. Gracias a ella, los estereotipos y los roles que la sociedad imponía a las mujeres no sólo dejaron de tener importancia en las nubes, sino también en la tierra.

Por Agustina Urbano

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